Con el corazón acelerado y tras más
de 700 kilómetros de carretera, llegamos a “El Cruce” y percibo un aroma que me
resulta familiar. Por fin puedo expulsar todo el aire que estaba conteniendo
porque sé que ya estoy aquí. Ya he
llegado al pueblo de mis abuelos. El olor a pueblo es indescriptible, es
una mezcla entre frescor y campo que tiene un efecto inmediato en calmar mi
cuerpo.